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Contra la originalidad
14/10/2022 | 17:00

Conversación entre Pedro Costa y Carlos Muguiro
Entre los efectos más inadvertidos que ha generado la emergencia de las llamadas “plataformas digitales de contenido audiovisual” está el uso del término “original”, entendido como una marca de propiedad: se anuncian, así, “contenidos originales” de tal o cual plataforma, dando a entender que esas imágenes tienen dueño y están a salvo de cualquier imitación o copia. El elogio de lo original y de su derivada, la originalidad, como aval de lo culturalmente valioso, es, tal y como ha advertido Giorgio Agamben, uno de los dilemas estéticos más complejos desde la emergencia de la modernidad. Lejos de ser un territorio ajeno a este debate, en el cine contemporáneo se escenifica este conflicto de manera particularmente llamativa. El propio concepto abriga en su interior una paradoja. La originalidad remite al entronque con un primer principio y, por tanto, implica la filiación o el reconocimiento de una tradición; pero puede significar también todo lo contario, esto es, la emergencia de algo sin parangón. Escribe Richard Sennett en El Artesano, a propósito del uso del concepto en el Renacimiento, que la originalidad “denota la súbita aparición de algo donde antes no había nada, porque algo adviene súbitamente a la existencia, despierta en nosotros emociones de asombro y veneración”. No es extraño que este sentido de lo original ligado a la absoluta y a veces ensimismada subjetividad, se haya convertido con frecuencia, en estos tiempos en los que la historia del cine parece sujeta a evaluación y reescritura, en la justificación de vocaciones, carreras y obras cinematográficas. En una conferencia impartida en la universidad japonesa de Sendai en 2005, el cineasta portugués Pedro Costa advertía a los estudiantes: “Ustedes, directores, (…) deben trabajar como si estuvieran haciendo el primer plano jamás filmado, el primer sonido jamás escuchado. Eso no significa originalidad o algo por el estilo. En lo más mínimo, en verdad es exactamente lo contrario. Es una cuestión de trabajar con los sentimientos más antiguos, como lo hiciera Chaplin”. Entre la “obra original de Netflix” y la originalidad incompartible del yo, ¿dónde queda la herencia del cine, el sentido de lo genealógico, desde dónde crea un cineasta consciente del origen?