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Misterios y detalles en la voz de un pueblo que fue soviético

Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura 2015, es entrevistada por el escritor José Ángel González Sainz.

“Escuchar a una de las persona que mejor sabe escuchar no es baladí. Svetlana vive con naturalidad haber estudiado y vivido en lengua rusa, haber nacido de padre bielorruso y madre ucraniana. Tres lenguas, tres países, tres casas”. Así ha introducido José Ángel González Sainz a uno de los personajes más interesantes de la cultura eslava actual, la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich.

En el contexto de guerra actual, resulta difícil pensar que un día existiera una nación soviética, sin embargo, reconoce Aleksiévich, existió. “Hace 20 años era inimaginable que los rusos matasen a los ucranianos”.

A lo largo de su obra, la autora ha recogido en sus libros la vivencias de personas que solo eran un grano de arena en el universo soviético, experiencias humanas que nunca se recogían en la épica oficial. Aleksiévich ha puesto alma humana a la intrahistoria del gulag estalinista, la II Guerra Mundial o la tragedia de Chernobyl.

Su trabajo como periodista le permitió viajar por toda la URSS y llegar a tiempo de contar las historias de la gente humilde que conservaba detalles y misterios que no estaban en los libros. “La voz humana me magnetiza, el timbre de voz, el tomo… Las personas pueden comunicar solo con su voz”.

La  falta de libertad de los pueblos de la antigua URSS se traduce en el odio que la autora ve en las torturas infligidas por soldados rusos o escuchando opiniones de gente de Moscú sobre Ucrania.  “Me interesa saber de dónde viene todo este odio, en qué jaurías se cría esta gente, también los que golpea a los manifestantes en Bielorrusia”, su país, al que va a dedicar el próximo libro.”Tenemos la ciencia, la inteligencia artificial y pensamos que el futuro será brillante y, de repente, vemos estas cosas medievales”, afirma con pesimismo Aleksiévich.

Preguntada por los conflictos morales que pueden aparecer durante la escritura de sus obras, la premio Nobel cree que el arte es amoral, “pero hay una idea que te salva, y es que tú lo estás haciendo en pro del bien. Investigar el mal es una tarea desagradable. Cualquier escritor tiene que estar preparado para esto”, concluye.

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