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LA DERIVA DE EUROPA

¿Realmente es posible Europa? ¿O sólo puede subsistir como satélite de EE.UU.? ¿Es eficaz el proyecto de la Unión Europea? O, dicho de otro modo, ¿su planteamiento es el adecuado? Nietzsche señalaba que Europa era un enfermo incurable, pero, ¿realmente es así? ¿Es cierto que Europa es el feudo del nihilismo? 

La Europa que no hace tantas décadas pensaron Jaspers y Gadamer, por poner dos ejemplos de filósofos ilustres, parece destinada a un declive. Ya en su tiempo, Nietzsche señalaba que Europa era un enfermo incurable, pero ¿realmente es así? ¿Es cierto que Europa es el feudo del nihilismo? Los hechos demuestran que el propósito de la verdadera unificación europea tras la Segunda Guerra Mundial todavía no se ha cumplirlo en su totalidad. La falta de unidad política y económica; la fragmentación de naciones; el desgaste de las democracias, cada vez menos operativas, costosas y amenazadas por los populismos; la incapacidad de asimilar el flujo migratorio; la actuación de una ciclópea y compleja administración y su relativa efectividad; y la insuficiente inversión científica, técnica y cultural son demasiados factores que pesan sobre unos debilitados cimientos. 

Europa, que fue un patrimonio de la defensa de los derechos humanos y de la libertad, hoy vive en la zozobra, causada en parte por una estrategia política que ha favorecido la dependencia de las grandes potencias. Esto ha comportado, en lo económico, el envejecimiento de los sistemas de producción y un grave cuarteamiento entre países pobres y países ricos. La Europa de “dos velocidades” pone de manifiesto una peligrosa irregularidad, un mal funcionamiento estructural y la falta de entendimiento político. Su lentitud en la gestión; el desacuerdo ante el problema energético; las diferentes y muy dispares estrategias ecológicas; la ineficiencia de un mercado que no consigue equilibrar su geografía por igual, entre muchos otros aspectos, inciden en que la realidad de Europa sea cada vez más testimonial de un pasado que no ha sabido preservarse y de un presente que se halla lastrado por los desacuerdos y una estrategia geopolítica errónea. 

La ausencia de una visión y proyección de futuro, que es tanto como decir de anticipación, ha hecho que hoy se encuentre, en el determinante aspecto tecnológico, llamativamente por debajo de las grandes potencias, EE.UU., China y Rusia, que anhela, bajo la mirada de Moscú, conseguir el sueño de una nueva Eurasia. Lo más sorprendente es la escasa reacción política y la aceptación de un mecanismo caduco que no sirve para solucionar los acuciantes problemas de un continente que empezó a autodestruirse, ya de manera irrevocable, durante las conflagraciones mundiales. 

Pero, ¿realmente es posible Europa? ¿O sólo puede subsistir como satélite de EE.UU.? ¿Es eficaz el proyecto de la Unión Europea? O, dicho de otro modo, ¿su planteamiento es el adecuado? Acaso la fuerte impronta cultural de la mayor parte de los países que la conforman sea un impedimento, cosa que podría parecer una contradicción.  Cabría pensarlo. Así las cosas, no deja de sorprender que la cultura haya sido menospreciada como decisivo instrumento de cohesión. No es ocioso pensar que, tras el debate surgido en torno al Humanismo y a su forma de entender la llegada de una época hipertecnológica, se esconda esa incapacidad de mutua asimilación cultural. Los foros europeos del pensamiento se debaten a menudo entre los tecnófobos y los tecnófilos, entre los partidarios de una preservación cultural nacional y los que proponen su fusión. Con todo, haber subestimado el inigualable poso cultural de Europa ―los propios europeos parecen haberlo olvidado―, que incluso ha marcado «una manera de ser europea», quizá haya influido en la realidad desacompasada que vivimos. Todos estos puntos son precisamente los que plantea La deriva de Europa, protagonizada por unos pensadores del primer nivel que han dedicado una parte de su obra al estudio de estos conflictos.

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